El acceso de la mujer a la Educación, de forma normalizada, tiene una corta historia, apenas llega a los 50 años (Ley General de Educación de 1970). Los acuerdos legislativos anteriores que permitieron dicho acceso, desde mediados del siglo XIX, mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX un currículo diferenciado entre hombres y mujeres que condicionó, entre otros factores, la elección de profesiones en ambos casos, hacia lo técnico en el caso de los varones, hacia lo social en el caso de las mujeres. Es lo que se ha dado en llamar “feminización” de ciertas profesiones, como la enseñanza en los niveles de Infantil y Primaria, o el ámbito sanitario.
La LOGSE (1990) promovió abiertamente por primera vez la necesidad de implantar el principio de igualdad entre hombres y mujeres en el ámbito académico:
“El objetivo primero y fundamental de la educación es el de proporcionar a los niños y a las niñas, a los jóvenes de uno y otro sexo. Una formación plena que les permita conformar su propia y esencial identidad, así como construir una concepción de la realidad que integre a la vez el conocimiento y la valoración ética y moral de la misma. Tal formación plena ha de ir dirigida al desarrollo de su capacidad para ejercer, de manera crítica y en una sociedad axiológicamente plural, la libertad, la tolerancia y la solidaridad.
(…)
La educación permite, en fin, avanzar en la lucha contra la discriminación y la desigualdad, sean éstas por razón de nacimiento, raza, sexo, religión u opinión, tengan un origen familiar o social, se arrastren tradicionalmente o aparezcan continuamente con la dinámica de la sociedad.” Preámbulo
Las leyes posteriores han mantenido esa necesidad, aunque poco dotada de contenidos y recursos, sobre todo desde que llegó la crisis, a partir de la cual los recortes se han cebado tanto en el ámbito educativo como en el de la Igualdad y las políticas sociales, no en balde, ni la Educación ni la Violencia contra las mujeres figuran entre las primeras preocupaciones de los españoles, siendo los indicadores del 9,7 y 1,2, respectivamente, frente al 79,8 del paro, según datos del CIS de diciembre 2015 (Véase http://www.cis.es/opencms/-Archivos/Indicadores/documentos_html/TresProblemas.html).
En la actualidad, el acceso de las mujeres a la educación está avalado por cifras que muestran que el número de mujeres escolarizadas en todos los niveles educativos supera al de hombres, además de superarlos también en los buenos resultados académicos (igual que ocurre con los éxitos deportivos de nuestras deportistas).
Ahora bien, la igualdad no ha llegado en toda su extensión a las aulas. Existe una igualdad formal porque en España contamos con una estructura normativa que reconoce la igualdad como un derecho desde la propia Constitución de 1978 (artículos 9.2 y 14, fundamentalmente); combate la violencia contra las mujeres (Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, 2004) y defiende la no discriminación (Proyecto de Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación, 2011). En Andalucía contamos, además, con la Ley para la promoción de la igualdad de género (2007) y el I Plan de Igualdad entre hombres y mujeres en Educación, el II Plan ya ha sido presentado y esperamos que entre en vigor de un momento a otro . Otra cosa es que estas medidas se cumplan realmente.
En definitiva, podríamos considerar incluso superada ya la fase de igualdad formal, pero solo en algunos ámbitos, no en el educativo. Los currículos académicos siguen transmitiendo un pensamiento androcéntrico que excluye a la mujer de la historia, están escritos en masculino y la ausencia femenina ha llegado a tal punto de disparate que parece que la Humanidad se ha reproducido, como dice Elena Simón, “por esporas, por hermafroditismo, por casualidad o por milagro” (Elena Simón, La igualdad también se aprende. Cuestión de coeducación. Madrid: Narcea, 2011).
Los cambios en los decretos de enseñanzas académicas han hecho que los libros de texto simplifiquen algunos contenidos, sobre todo los de índole histórica. Si tradicionalmente la mujer ha estado ausente en el canon de las historias de la literatura o el arte, en los últimos tiempos está desapareciendo, quedando, en el mejor de los casos, relegada a los márgenes de la página (discurso ocultado).
Ilustrémoslo con un par de ejemplos elegidos al azar. En el libro de texto de Lengua castellana y Literatura de 1º de Bachillerato de la editorial Santillana, cuando se explica el contexto social, político y económico de la Edad Media en adelante, en ningún caso se analizan los patrones ideológicos de la producción literaria (misoginia, elitismo, aristocratismo…) y por supuesto no aparece ningún nombre de mujer ligado a la producción, aunque sabemos que las hubo*. En el caso del libro de texto, también de Lengua castellana y Literatura, de 2º de Bachillerato de la editorial Vicens Vives ha desaparecido Rosalía de Castro de la poesía romántica o postromántica. Sí aparece Emilia Pardo Bazán en el Naturalismo, pero no se destaca que su obra fue también reconocida fuera de España, aunque los Académicos de la época, olvidados hoy, no le permitieron ocupar un sillón de la Real Academia de la Lengua. También tienen cabida Carmen Laforet en la narrativa de posguerra; Carmen Martín Gaite y Ana Mª Matute en la narrativa de los años cincuenta; Paloma Pedrero en el teatro actual; Almudena Guzmán, Blanca Andréu y Luisa Castro en la poesía. La literatura latinoamericana escrita por mujeres aparece planteada en dos líneas con Isabel Allende, Laura Esquivel y Ángeles Mastretta, novelistas las tres. No se hace mención a poetisas o dramaturgas.
Ya existen numerosas investigaciones sobre la producción artística de las mujeres a lo largo de la historia pero seguimos sin conocer ni estudiar a Teresa de Cartagena,
Leonor López de Córdoba, Florencia Pinar, Mayor Arias, Luisa Sigea, Beatriz Bemal, Catalina de Mendoza, María de San José, Teresa de Jesús, Mariana de Carvajal, Bernarda Ferreira de Lacerda, María de Jesús de Agreda, María de Zayas, Ana Caro, Feliciana Enríquez de Guzmán, Cristobalina Fernández de Alarcón, Mariana de Carvajal,
Oliva Sabuco, Ana Abarca de Bolea, Bernarda Ferreira de la Cerda, Sor Gregoria de Santa Teresa, María del Cielo, autoras todas del Renacimiento y el periodo áureo.
Tampoco conocemos a las mujeres del Romanticismo ni a las de la Generación del 98, como Carolina Coronado, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Concepción Arenal, cuyo importante legado de estudios penales criminológicos y penitenciarios carece de parangón.
Rosario de Acuña y Villanueva, Regina de Lamo Jiménez, Faustina Sáez de Melgar, Sofia Pérez Casanova, la más ilustre escritora gallega después de Rosalía de Castro, olvidada a pesar de haber sido propuesta para el Premio Nobel en 1923; Concha Espina, también propuesta para el Premio Nobel dos veces, en 1929 y en 1931; Blanca de los Ríos, Carmen de Burgos, Dolores Moncerdá, Carmen Karr, Catalina Albert (Víctor Catalá), María Lejárraga y García…**
¿Y dónde están las mujeres del 27, Maruja Mallo, Marga Gil-Roësset, María Zambrano, María Teresa León, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín o Concha Méndez?
¿Dónde están todas las novelistas actuales desde Carmen Riera, Adelaida García Morales, Soledad Puértolas, Rosa Montero o Almudena Grandes***, por citar a las más conocidas?
Nos hemos centrado en el mundo de la literatura, pero lo mismo ocurre en otros campos de la ciencia (matemáticas, física, química…).
Esta ausencia femenina sistemática en los currículos académicos podría calificarse de “violencia institucional” pues es otra forma de ejercer violencia contra las mujeres más sutil que la física, pero más contundente pues nos condena a la ocultación, a un ostracismo disfrazado de inclusividad porque al menos se utiliza un lenguaje pseudoinclusivo****.
Que no nos engañen, vivimos en el espejismo de la igualdad y el camino para convertir esa ilusión en realidad pasa por la formación, la educación, el aprendizaje. La igualdad no se produce por inercia, por eso hay que meterla en las aulas de una forma rigurosa y sistemática, y en todos los niveles académicos, desde Infantil a la Universidad. No basta con decorar los pasillos de nuestros centros educativos con murales dedicados a figuras femeninas importantes el 8 de marzo; no basta con hablar una vez al año de las hermanas Mirabal; no basta con leer Diario violeta de Carlota. Debemos subir más peldaños y reconocer en la mujer su papel de ciudadana, en la misma medida que la otra mitad de la ciudadanía, los hombres. Ya tenemos una legislación que ampara la promoción de la Igualdad, sobre todo en Andalucía, cumplámosla y hagámosla cumplir.
A través de la Educación podremos construir una sociedad más justa, ese es nuestro deber y ese ha de ser nuestro legado. Si hablamos de calidad, hablemos también de coeducación.
Rosa María López Rodríguez
Asesora de Ed. Secundaria, ámbito lingüístico
*Para un rápido vistazo puede consultarse https://lclcarmen1bac.wordpress.com/2012/04/09/proyecto-mujeres-escritoras-escritoras-de-la-edad-media/
https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero33/escrimed.html
**Lidia Falcón, “Mujeres del noventa y ocho”, El País, 1 de abril de 1998.
***Me ahorro la lista de escritoras más comerciales como Matilde Asensi, Espido Freire, Ángeles Caso, María Dueñas, Cristina Jiménez Bartlett, Carolina Solé, Clara Sánchez, Lucía Etxebarría…
****Para entender este concepto puede consultarse “La violencia institucional de género. Editorial” de Juana María Gil Ruiz, en Anales de la Cátedra Francisco Suárez, 48 (2014), 9-16.