El departamento de formación, evaluación e innovación educativa: ¿una oportunidad perdida?

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En el año 2010, la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía aprobó el Decreto 327/2010, de 13 de julio, por el que se aprueba el reglamento orgánico de los institutos de educación secundaria. En el artículo 87 de este documento aparecía la figura de un nuevo departamento, el departamento de formación, evaluación e innovación educativa.

          Ya sabemos que “el papel lo aguanta todo” y la Consejería otorgó a esta nueva figura una larga lista de funciones. ¿Cuáles de estas funciones cumplen los departamentos de formación a día de hoy en los centros de secundaria? ¿Cuál es el papel que los equipos directivos dan al mismo? ¿Qué percepción tienen los claustros acerca de la utilidad de este departamento?

De ese amplio y completo listado de funciones, nos gustaría destacar las siguientes:

  • Investigar sobre el uso de las buenas prácticas docentes existentes y trasladarlas a los departamentos del instituto para su conocimiento y aplicación.
  • Realizar el diagnóstico de las necesidades formativas del profesorado.
  • Coordinar la realización de las actividades de perfeccionamiento del profesorado.
  • Investigar sobre el uso de las buenas prácticas docentes existentes y trasladarlas a los departamentos del instituto para su conocimiento y aplicación.
  • Fomentar el trabajo cooperativo de los equipos docentes y velar para que estos contribuyan al desarrollo de las competencias básicas en la educación secundaria obligatoria.
  • Informar al profesorado sobre líneas de investigación didáctica innovadoras que se estén llevando a cabo con respecto al currículo.
  • Fomentar iniciativas entre los departamentos de coordinación didáctica que favorezcan la elaboración de materiales curriculares.
  • Elevar al Claustro de profesorado el plan para evaluar los aspectos educativos del Plan de Centro, la evolución del aprendizaje y el proceso de enseñanza
  • Proponer, al equipo directivo y al Claustro de profesorado, planes de mejora como resultado de las evaluaciones llevadas a cabo en el instituto.

Ahí es nada. He resaltado estas funciones, entre el resto, porque poseen un denominador común: en todas ellas el objetivo es la reflexión compartida por parte del profesorado acerca de la mejora en aquellas prácticas educativas que fomenten el aprendizaje del alumnado.

Y aquí es donde el departamento de Formación debe jugar un papel esencial en la organización y funcionamiento de los centros. El primer objetivo debería ser la transmisión de un nuevo paradigma en la reflexión y autoevaluación de los centros, encaminada a cumplimentar de una forma adecuada y coherente el documento de la Memoria de autoevaluación.

Tradicionalmente, el departamento de Formación, en la mayor parte de los institutos, se ha limitado a recoger aquellas demandas formativas que los respectivos compañeros y compañeras de cada departamento proponían. Se ha tratado de un proceso individual, carente de reflexión sobre la propia práctica, y desde luego sin la participación consensuada del profesorado. Es lo que llamaríamos “la carta de los reyes Magos”. Pero, ¿conduce este proceso a una transformación de la práctica docente en el aula, extrapolable a una dinámica de claustro? La respuesta es, evidentemente, no.

Por otra parte, uno de los problemas que se ha generado desde los Centros del Profesorado ha sido el de tratar la formación como un problema genérico, lo que ha ocasionado un sistema de formación estándar basado en un modelo de “entrenamiento”. Muchos docentes han asistido a cursos de formación en los que un ponente experto establecía el contenido y desarrollo de las actividades. Este modelo parte de la existencia de una serie de comportamientos y técnicas que merecen ser reproducidos por el profesorado en clase, de manera que las relaciones de las prácticas educativas sean transmitidas verticalmente por ese experto “solucionador” de los problemas sufridos por otras personas.

Es decir, se pretendía de una forma ilusoria que cambiando al profesorado, cambiase la educación y sus prácticas, sin tener en cuenta la idiosincrasia de cada persona y de su contexto.

¿Cuál ha sido (y en cierta manera, sigue siendo a veces) el problema de esta formación? En el día a día del profesorado convergen muchas situaciones problemáticas que, además, se dan en contextos muy concretos, sociales y educativos, y que convierten en “improductivos” los procesos formativos basados en la réplica de técnicas, en ocasiones, no extrapolables.

¿Qué podemos hacer? Un camino posible partiría de la necesidad de variar el enfoque, tanto en los institutos (y colegios) como en los centros del profesorado. La escuela debe pasar a ser un centro de acción–reflexión–acción como unidad básica de cambio, desarrollo y mejora. Y en este nuevo paradigma, el departamento de Formación en los IES puede jugar un papel decisivo: hacer que los claustros adquieran nuevas dinámicas de reflexión compartida sobre su propia práctica docente, donde se analicen las verdaderas situaciones problemáticas y se planteen posibles propuestas de mejora reales, adecuadas al contexto y en consonancia con las evidencias científicas que lo avalen. En este sentido, flaco favor estaríamos haciendo si fruto de procesos reflexivos y compartidos, el profesorado finalmente aplicase nuevas prácticas basadas en la ocurrencia personal.

Junta a esta potente idea no podemos pasar por alto la falta de una cultura del trabajo colaborativo y en equipo. Cuando nos referimos al desarrollo de una cultura colaborativa en la reflexión y formación, estamos hablando de romper con el individualismo clásico en los centros de secundaria y de partir de la colaboración entre el profesorado como forma de reconocer y empoderar al claustro.

Por tanto, en este sentido, el objetivo reside en vencer esa carencia de un clima de comunicación entre el profesorado de los centros y, en consecuencia, la falta de procesos de toma de decisiones consensuadas con compromisos finales.

¿Qué ocurre cuando estas dinámicas no fluyen? Los centros educativos acaban perpetuando rutinas profesionales, momentos de “oscurantismo” y situaciones de dejadez y apatía que favorecen muy poco nuestro desarrollo profesional.

El departamento de formación, evaluación e innovación debería ser, por tanto, el motor de cambio que rompiese con las dinámicas citadas. Un departamento capaz de promover transformaciones siempre encaminadas a la mejora de los aprendizajesfeie_1-940x310

Son muchas las funciones asignadas a este departamento, algunas de las cuales ya han sido citadas anteriormente. Dentro del campo que estamos analizando en esta entrada, el departamento de Formación podría:

  1. Promover y fomentar, entre los departamentos y/o equipos docentes, momentos para la reflexión y el análisis. Sería interesante, tras cada evaluación, que los departamentos se reuniesen para analizar sus situaciones problemáticas relacionadas con aquellos ámbitos de la práctica docente susceptibles de mejora. En definitiva, introducir en los claustros momentos y espacios para la reflexión compartida sobre aspectos de la práctica docente en los que podemos mejorar, siempre de forma colaborativa y consensuada
  1. Tras la identificación de las situaciones problemáticas, priorizar aquella más valorada por el equipo docente o bien el departamento. A continuación, elaborar una propuesta de mejora factible, en consonancia con las evidencias científicas. Estos procesos plasmarían la necesidad de reunirnos, reflexionar de forma compartida, analizar nuestras deficiencias y buscar soluciones realistas y ajustadas a nuestro contexto.
  1. Finalizado el curso, estas situaciones problemáticas podrían ser categorizadas  e incluidas como dificultades dentro de cada uno de los factores clave de la memoria de autoevaluación. Tendríamos, así, un documento fruto de la reflexión compartida y sentida por el claustro..
  1. En septiembre, ya en el curso siguiente, el claustro priorizaría todas estas situaciones problemáticas, de modo que las más valoradas pasarían a formar parte del Plan de Mejora.
  1. De las propuestas del Plan de Mejora, en última instancia, el profesorado valoraría en cuál o cuáles necesitaría formación específica, necesidad que se trasladaría al Centro del Profesorado de referencia.

De este modo, la Memoria de autoevaluación se convertiría en el documento en torno al cual podría girar el análisis y la reflexión de las dificultades y los logros alcanzados durante el curso. De aquí surgiría un Plan de Mejora sentido por el profesorado, con pocas pero potentes propuestas de mejora, algunas de las cuales podrían traducirse en una formación.

Se trata, por tanto, de un auténtico “giro copernicano”: de plantear la formación al principio pasaríamos a diseñarla como último escalón en el proceso, consecuencia de una reflexión prolongada y consensuada por equipos docentes y/o departamentos, reflejada en la Memoria de Autoevaluación y en el Plan de Mejora.

El departamento de formación pasa de esta manera de tener un papel secundario y continuista, a convertirse en el eje vertebrador de los procesos de reflexión y análisis compartido que buscan una mejora significativa del aprendizaje del alumnado.

TeamAhora comenzamos a ver que la formación aumenta su impacto innovador si parte de un proyecto consensuado por el claustro a partir del cual se diseña la formación necesaria para llevarlo a cabo. Y este proyecto parte de una Memoria y Plan de Mejora coherente con la realidad y el contexto del centro, su alumnado, familias y profesorado. A partir de aquí, podemos lograr una formación en el centro, descentralizada, con cambios que afecten a su organización y que parta siempre de las necesidades reales de su profesorado y de sus situaciones problemáticas contextualizadas.

En definitiva, el alcance de este cambio se logrará cuando pasemos de una formación basada en procesos de actualización a otra basada en espacios de reflexión donde el profesorado aprende. De esta reflexión continuada puede surgir una memoria real, sentida y ajustada al contexto.

¿Seremos capaces de llegar a ese docente que aprende a aprender, inquieto e innovador, que aprende de sus errores y aciertos, en una reflexión compartida y permanente?

Transformemos, entonces, el título de esta entrada: el departamento de formación, evaluación e innovación educativa, una magnífica oportunidad para la mejora en los centros.

José Luis Sánchez Gómez

Asesor de Secundaria

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