Evaluaciones inclusivas en la educación obligatoria

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El examen, esas malditas 10 preguntas con un valor total de entre el 50% y el 80% de lo que un niño o una niña “vale” en la escuela y que pone en juego tan solo su memoria cortoplacista sin tener en cuenta su creatividad, su habilidad en el uso de las TIC, su dominio en el uso de la expresión oral o cómo media en un conflicto. Se trata de  una de las principales causas de segregación del alumnado, ya que le estamos negando cualquier otra posibilidad de éxito al no aplicar metodologías y procedimientos de evaluación que garanticen el cien por cien de los aprobados.

Cuando maestras y maestros de Primaria y profesorado de Secundaria evaluamos, hemos de hacerlo teniendo como referente unas capacidades expresadas en unos objetivos de etapa y unas competencias clave.

Una evaluación únicamente basada, o casi, en la prueba escrita u oral es excluyente y segregadora, contribuyendo de manera clara a una selección artificial del alumnado que elige a quienes se adaptan a ese tipo de evaluación y a que se quede en el camino alumnado igual o más competente que no tiene posibilidad de mostrarlo y demostrarlo.

Toda la tecnología curricular está al servicio de estos objetivos finalistas de etapa. Por tanto, antes de decidir si una alumna o un alumno repite o califica con un “insuficiente” tenemos que plantearnos varias cuestiones para tomar acuerdos colegiados en los ciclos, en los departamentos y en los claustros, que se reflejen en el proyecto educativo y las programaciones didácticas:

  • ¿Los criterios de calificación son coherentes con la capacidades expresadas en los objetivos de etapa? ¿Y con las habilidades y destrezas que evidencian la adquisición de competencias clave?
  • ¿Los criterios de calificación se basan en la observación continuada?
  • ¿Los criterios de calificación han tenido en cuenta los estilos de aprendizaje del alumnado para diseñar escenarios diversos?
  • ¿Los criterios de calificación se basan en procesos y en productos?
  • ¿Los criterios de calificación y los procedimientos e instrumentos de evaluación están en consonancia con la aplicación de los aprendizajes?
  • ¿Se trabaja a través de tareas, proyectos o estudio de casos, o solo en la acumulación de conocimientos?

Las respuestas a estos interrogantes son clave para establecer los criterios de calificación y, sobre todo, los de promoción. Estamos hablando de una decisión crucial para la vida personal, afectiva, emocional y social del alumnado. Una decisión que no debería basarse en si el alumno o la alumna se adapta a nuestro “método”, sino teniendo claro un abanico amplio de “métodos” que consideran no solo los ritmos sino también los estilos de aprendizaje. También habría que tener en cuenta si hemos agotado todas las vías hacia la búsqueda de sus potenciales desde propuestas inclusivas, si la decisión realmente está fundamentada de acuerdo con los objetivos de etapa y la adquisición de competencias clave.

Imaginemos pues una sesión de evaluación de final de curso en la que se está decidiendo si un alumno o alumna va a promocionar. Además de las cuestiones anteriores, podríamos preguntarnos:

¿Se han aplicado y agotado todas las medidas de apoyo basadas en procesos y no en acumulación de conocimientos, tal y como dictan los objetivos de etapa?

¿La medida va a tener un carácter recuperador en el alumno o alumna?

¿La medida se basa en argumentos sancionadores o ejemplares?

¿Se ha pensado en el vínculo emocional del alumno o la alumna con su grupo?

¿Se ha analizado que si los criterios fueran otros, quizá el alumno o la alumna podría promocionar?

Destaco los siguientes datos, que evidencian que las repeticiones no tienen un carácter recuperador:

  • Según las cifras que maneja el Ministerio de Educación, a los 15 años el 45% del alumnado ha repetido al menos una vez.
  • El 22,7% del colectivo de jóvenes de entre 18 y 24 años que viven en España, no continúan con sus estudios más allá de la enseñanza obligatoria. Es la tasa de abandono escolar temprano más alta de la UE, cuya media es del 11%.

En la escuela del siglo XXI no caben medidas ni actuaciones excluyentes y segregadoras. La evaluación, bajo el tamiz expuesto en esta entrada, es una de esas prácticas segregadoras que no tiene aval ni normativo ni científico, con lo que el profesorado que la aplique está en zona de riesgo ya que es susceptible de ser denunciado por mala praxis y, lo que es peor, estaría condenando a parte de su alumnado a quedar excluido de su grupo y, a medio y largo plazo, también social y profesionalmente.

Jacobo Calvo Ramos

Asesor del CEP de Educación Primaria

* Versión extendida de la entrada disponible en  “Evaluaciones inclusivas en la educación obligatoria“.

 

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